La ciudad decrece. El cambio es claro. Lo podemos ver, oler y escuchar. Las calles reciben más pasos, más restos y más bulla. Paredes sucias, veredas rajadas y aires viciosos, no son las únicas pruebas del caos de las urbes. Los cables –eléctricos, telefónicos y otros- nos muestran la confusión y el desorden de nuestras vidas, nos enseñan la indiferencia ante esta deplorable circunstancia y la mediocridad con la que nos desenvolvemos.

Estos cordones negros se enlazan, se cruzan y se pierden encima de nuestras cabezas. Casi nadie les presta atención. Pocos levantan la mirada para observarlos. Quizás les parecen insignificantes, quizás no quieren ver su caótica realidad. O tal vez, simplemente, están inmunemente acostumbrados a su triste ambiente.
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